Cuentan
que un granjero se dedicaba con esmero a cultivar sus árboles frutales y
siempre obtenía cosechas abundantes que vendía con provecho. Cuando la extensión
de su propiedad era aún pequeña, podía caminar por entre sus árboles y a la vez
que disfrutada de la idea de obtener una ganancia monetaria, sabía y tenía la capacidad
para disfrutar de lo que tenía. Apreciaba el leve murmullo del viento entre las hojas, el canto
de las aves, los colores cambiantes de los frutos en desarrollo, del aroma de las
frutas a punto de madurar, podía sentir la suave textura aterciopelada de los
frutos ; todo ello saciaba sus sentidos y algunas veces estaba acompañado de
sus pequeños hijos.
Como el
negocio iba bien, pudo acumular suficiente dinero para comprar más tierras a las
que cuidaba con el mismo esmero, por lo que cosecha también era buena; naturalmente
la ganancia era mayor. Solamente que ahora por la necesidad de establecer contacto
con los clientes, buscar nuevos mercados, negociar precios y mejores condiciones, tenía menos tiempo para salir a pasear
por su plantación. A veces, salía rápidamente
y echaba un vistazo breve para detectar anomalías, posibles plagas o algún problema en el crecimiento. Era
un experto en descubrir si un árbol estaba afectado por una plaga o una enfermedad
y cómo tratarlo, no cabía duda. Pero al mismo tiempo se había olvidado ya de
los largos paseos que daba antes y con los cuales enriquecía su espíritu y
ponía en acción sus sentidos. Solo había dos ideas obsesivas ahora, lograr que
la cosecha fuera buena y obtener la máxima ganancia. Sus hijos ya habían crecido
y les exigía ayudarlo en el negocio, mas
no volvió a proponerles un paseo para disfrutar
de la vida, para aprovechar la circunstancia feliz de tener una hermosa
propiedad, la mejor de la comarca, y frutos en abundancia . Solo el dinero y le
negocio le preocupaban.
Pasó el
tiempo, los hijos mayores se casaron y fueron a vivir a otro lugar y aunque estaban en el mismo pueblo visitaban poco al
granjero porque este estaba obsesionado por los asuntos de negocio. Ni cuenta
se daba de los nietos que crecían y que reclamaban su atención sin éxito. Solamente
el dinero y el negocio ocupaban atención, mente y satisfacían su corazón.
Cuando
ya pasaba de las seis décadas de vida, repentinamente una misteriosa plaga
comenzó a diezmar los árboles ocasionando una caída en la producción; mala
calidad en los frutos de los árboles que quedaban y por supuesto, la pérdida de ventas en el mercado.
El granjero había acumulado bastante dinero como recuperarse, empezar desde
cero si fuera necesario o combatir la plaga e incluso ayudara a sus vecinos
menos afortunados que él, pero la
costumbre de ser el mejor, de tener la mejor cosecha, de ganar más que todos,
de ser admirado y respetado por el éxito se habían enquistado tanto en su corazón
que no conocía otra forma de vida.
Un día,
cuando recorría los límites de su plantación, observando los árboles sin hojas
y con frutos arruinados o sin frutos, se sentó a descansar. Por allí, pasaba a
un niño el cual viéndolo tan desconsolado pensó que era un mendigo o alguien
que tenía hambre y no podía tomar los frutos de la plantación, por lo que
sacando una pequeña manzana de sus bolso la entregó al granjero.
-Toma,
no es una manzana grande pero está dulce, Imagino que tienes hambre y no puedes
tomar una fruta de adentro porque sabes que el granjero castigará al que lo
haga, además dicen que están envenenadas,- le dijo el niño
El
granjero sorprendido no atinó a responder, porque recordó que para evitar que
los viajeros que pasaban por el camino se atrevieran a tomar siquiera un fruto
había soltado fieros guardianes y corrió la voz de había envenenado los frutos;
además de castigar al desafortunado que tomara un solo fruto.
- ¿Cuánto
quieres por ella? Le preguntó al niño, tal vez acostumbrado a medir todo acto en
términos de dinero.
-Nada,
le ayudé al granjero que está a orillas del río a limpiar su casa y me pagó con
estos frutos más unos centavos. No le cuesta nada, señor, -respondió el niño.
Golpe
directo al corazón. A pesar de la dureza por los muchos años, se dio cuenta de su
error, de su estupidez, de lo malo de su codicia. Apenas agradeció al niño y regresó
a su casa. En el camino se propuso trabajar duro para recuperar la producción,
asimismo se le ocurrió que podría llamar al niño y otros vecinos para que le
ayudara en el cuidado de la plantación y pagarles bien, a no esperar solo buenas
cosechas y recibir dinero por ellas, sino también a compartir, a disfrutar de
su suerte, y cuando fuera posible incluir
a otras personas. Buscaría a sus nietos
para recuperar el tiempo perdido.
¿Cómo se relaciona la historia anterior con los estudios de postgrado?
En la
vida real, cuando se estudia MBA o Doctorado, hay que hacer sacrificios, en lo
personal, familiar y hasta social; hay que dejar de lado a los hijos, postergar
temporal o definitivamente las ocasiones
de jugar, conversar con ellos, para estudiar, para reunirse con el grupo, teniendo
en mente el objetivo de lograr el grado. Un día llega el momento ansiado y se
consigue el diploma; con ello la esperanza y oportunidades de mejores empleos,
sueldos , prestigio, responsabilidades. Pero en el camino se perdió algo más
importantes, la vida simple, en familia, las oportunidades de interactuar, de desperdiciar el tiempo con los hijos, las oportunidades de
salir juntos y disfrutar de la vida. Y los recuerdos, vivencias, emociones, que
se perdieron no se comprarán aunque se
llegue a ser el CEO (ejecutivo máximo) de la empresa más grande del mundo o aunque se funde un
negocio que se convierta en un imperio
económico. Habrá mucho dinero,
pero jamás se podrá ocultar la fisura en el alma, mente y corazón por haber
perdido la mejor parte de la vida.
Entonces,
se necesita sabiduría decisión y como no, un buen consejero, para mitigar está
pérdida. Haya que hacer sacrificios , pero no excesivos, hay que dedicar horas
al estudio o reuniones de grupo, pero
siempre hay que dedicar horas, tener espacio,
ganas y voluntad para estar con los seres queridos, para practicar un hobbie, para
sentir que la vida es bella. En vida real, no todo tiene final feliz como los
cuentos. ¿De que sirvió el grado máximo del MBA o Doctorado, la calificación Summa cum lauden cuando poco tiempo después,
abrumado por las responsabilidades, la
sobrecarga de trabajo, las grandes responsabilidades, se presenta un ataque
cardiaco fulminante? ¿Se diría que murió feliz porque era Doctor, o un MBA reconocido,
el CEO de la empresa, el hombre más
poderoso? Habría que preguntarle a quien muere así.
Carlos
Rivas R. Perú (Lima, Cajamarca, San Miguel)
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